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La perdiz pardilla

La perdiz pardilla

Una imagen vale más que mil palabras, y la que adorna esta columna habla por sí sola. La perdiz pardilla es una de las aves más complicadas de observar en su hábitat y una de las más atractivas, con ese patrón de colores naranjas, tan raro entre las aves ibéricas. Naranjas, grises, ocres y dibujos perlados la hacen invisible entre piedras, hierbas, piornos, tojos y brecinas, en sus dominios de la alta montaña Cantábrica. Concretamente, la de la fotografía, vive en Valdelugueros, y generalmente por encima de los 1.400m. de altitud.

Nuestra perdiz pardilla (Perdix perdix hispaniensis) es una subespecie de la perdiz gris (Perdix perdix) de amplia distribución en Eurasia. Charrelas, en Cabrera, perdices pardas, en Omaña y Laciana, o simplemente pardas, en Riaño o Valdelugueros, esta joya ornitológica encuentra en León su gran bastión. El endemismo hispaniensis no se diferencia por el aspecto de la perdiz gris de Francia, Rusia o Kazajstán. Sin embargo, el hábitat que ocupa la perdiz pardilla es montañoso, opuesto al de sus hermanas eurasiáticas que viven en estepas y zonas agrícolas de tierras bajas. Al parecer, y como sucedió con los urogallos cantábricos, tras la última glaciación hace 12.000 años, las poblaciones de pardillas se fueron retrayendo hacia el norte con la retirada de los hielos, y en Iberia, sólo las montañas del norte mantenían unas condiciones climatológicas semejantes a las antiguas. Así, hoy, en la Europa más norteña las perdices grises aparecen en tierras bajas, y en Iberia las pardas sólo viven en las montañas Cantábricas, Cabrera, Sanabria, Montes de León, Aquilianos, Sistema Ibérico y Pirineos. León alberga la población más grande de esta subespecie aunque los datos poblacionales son sólo suposiciones, que bailan entre las 2.000 y las 6.000 parejas. Esto es lo mismo que decir que no tenemos ni idea de cuántas pardas quedan en León porque la administración nunca se ha preocupado de hacer un censo completo.

En los años 80 del siglo pasado algunos biólogos leoneses, entre los que se encontraba el tristemente desaparecido Ordoño Llamas, hicieron las primeras estimas en Riaño. Por aquel entonces la pardilla era aún cinegética y por tanto, tenía interés. No fue hasta 1.991 cuando, por fin, y tras una tremenda regresión en su rango de distribución, las pardillas dejaron de cazarse en León. Desde entonces, se asume que el declive continúa consecuencia de la densificación del matorral, el abandono de la trashumancia de merinas y la desaparición de la agricultura de subsistencia que se practicaba en los pueblos de montaña. Pero una vez más es mera suposición. Tampoco los científicos han mostrado gran interés por las pardas, y los artículos científicos acerca de las pardas en la Cantábrica no llegan a la decena.

Cuentan los viejos cazadores que en los inviernos más duros las pardillas bajaban hasta la Venta de la Tuerta huyendo de las nevadas de la montaña. Y no es de extrañar ya que realizan desplazamientos altitudinales de distancias considerables como demuestran las dos pardas observadas en el Monte San Isidro junto a la ciudad de León. Son invisibles durante la mayor parte del año, pero estas primeras nieves las acercan a los fondos de valle en busca de manantiales y zonas libres de nieve donde alimentarse. Y es ésta la mejor época del año para que los observadores de aves o birdwatchers se acerquen a la montaña leonesa para observar y así tachar de su lista a la escurridiza perdiz parda.

Fuente. diariodeleon.es

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