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La contrapasa de la torcaz (II)

El comandante del puesto de Plentzia, tuvo la deferencia de preguntarnos qué pasó con nosotros y escucharnos aplaciente. Parangonándolo con los UAR, nos pareció más próximo a nuestras cuitas, aunque no discernimos si lo suyo era lisura o doblez.

Le explicamos que desconocíamos porque nos retiraron las escopetas; no trasgredimos ninguna ley y no entendíamos otra razón, que no fuera el desconocimiento de la normativa de caza por parte de aquel oficial. Añadimos que cazábamos legalmente; modalidad, fecha, lugar… y con toda la documentación en regla.
 
Con su acento andaluz nos fue aceptando cuanto dijimos, incluso parecía apoyarnos con sus asentimientos, y, cuando presumimos que resolvería en equidad, soltó la especie:

-Pero…, donde hay capitán no manda mariñero.
-¿Qué quiere decir usted?- pregunté ingenuamente.
Pue caquí nos han metío un paquete.
-Pero, usted es el comandante del puesto y sabe que no hemos faltado a la ley…
-Eso no basta…, les digo que argo hay que hacé
-Pero, ¿Por qué?
Pue poque han abieto un atestao y esto tiene su procedé; hay que tiralo palante– el comandante manoteaba- Vamo a ve si uztede me entiende el cacumen y no ponemo dacuedo. Uztede me cae bie. Vamo a pone que estaban cerca de la carretera. Entonce, si estaban en sona de zeguridad con larma monta, es una farta administrativa y ze zoluciona pagando una murta de quinienta pezeta.
 
El sargento expresó su concepto de la situación con sutileza. Admonitorio, como lo haría nuestro mejor amigo, dejaba entrever que teníamos razón, para a continuación, aconsejarnos con lagotería que apechugásemos con una denuncia fútil, en evitación de males mayores, aunque estuviéramos en desacuerdo. Esta distorsión de la realidad tenía un tufillo perverso, pero queríamos solucionar el asunto cuanto antes y estábamos dispuestos a asirnos del cable que nos tendía el sargento experimentado.
  
-Bueno, pues venga. Pagamos la multa ahora y nos dan las escopetas–Estaba imbuido del difuso cliché que las armas requisadas se estropeaban por maltrato.
 
-¡No, aquí no pueen paga! Yo les doy la papela y uztede va a ICONA, pagan la murta y le darán otro pape pa que yo les devuerva las escopeta.
 
Aceptamos. Tomó una carpeta de un vasar y extrayendo unas hojas, las rellenó negligentemente con los datos de las correspondientes denuncias. Las firmamos y, finalmente, nos las dio y marchamos cariacontecidos, dejando el asunto inconcluso.
 
Sabíamos que no éramos acreedores a ninguna denuncia, pero queríamos acabar cuanto antes la pesadilla, por lo cual nos allanamos, aceptando una multa como mal menor, que aprontaríamos al otro día, desatando el embrollo.
 
En casa hube de explicarme, pues llegué a hora tardía, sin caza y sin el arma. Conté la historia truculenta y me desquité de la afrenta. La tardanza fue ineludible.
 
Al día siguiente llamamos a ICONA. Al entrar en el detalle del asunto, se oyó al otro lado una risa reprimida y nos dijeron enfáticamente, que fuéramos por allí, cuanto antes mejor, que nos darían una solución.
 
Nos presentamos en ICONA de Deusto. Preguntamos por la señorita Gloria. Inquirió si éramos los denunciados por cazar a la contrapasa en el Jata. Sus compañeros interrumpieron sus quehaceres, haciéndose un silencio expectante. Afirmamos. Aquí les ganaron las risas, alguno la reprimía a duras penas, uno se escondía bajo la mesa y otro traspuso una puerta. Gloria, tras un mohín de desaprobación, puso orden y nos explicó que no fuimos nosotros los únicos denunciados injustamente, que estaban recibiendo una plaga de denuncias similares, todas improcedentes; de Orduña, Durango, Bermeo… de todas las líneas de contrapase de Bizkaia. Los antiterroristas generaban un caos.
 
Nos franqueamos con Gloria y detallamos nuestra versión de los hechos. Sus compañeros aguzaron el oído y rompieron a reír, ahora sin tapujos. Estaban al caso; la gracia estaba implícita en el asunto. Eran conscientes que las denuncias presentadas por los UAR no tenían asiento jurídico en la ley de caza y batían el registro de fiascos presentados en aquellas dependencias.
 
Resuelta, Gloria, encareció que no abonáramos la multa y esperásemos, pues presentarían un recurso ante el gobierno civil y, cuando lo resolvieran favorablemente, como esperaban, nos lo comunicarían para que nos devolvieran nuestras escopetas.
 
Al pronto nos pareció marear la perdiz y nos costó asumirlo, invadidos por el escepticismo. Lo que menos nos importaba era abonar la multa, lo que más recuperar nuestras armas lo antes posible –aunque ambos tuviéramos otras- Dije que la resolución al recurso quizá tardase. Nos aseguró que sería un proceso rápido. La firmeza de sus ideas, finalmente, nos contagió. Ella, inequívocamente estaba convencida de nuestras razones. En ICONA se conjuraron en la defensa de los cazadores, exonerándolos de aquellas denuncias improcedentes. Tomó las notificaciones de las sanciones extendidas en el cuartel de Plentzia, así como nuestros datos, declaraciones y firmas.
 
ICONA acendró primorosamente la bacinada eyectada por los UAR. A los pocos días obró en nuestro poder un documento que ICONA nos envió por correo y con él nos presentamos en el cuartel, devolviéndonos la guardia civil las escopetas sin pedirnos ni darnos ninguna explicación, quedando el asunto rematado y nosotros sosegados. 
 
En una empresa privada, al artífice de tal contumaz arbitrariedad le pondrían de patitas en la calle por inepto. Empero, dentro del estamento que le amparaba, lo mismo le ascendían o le daban alguna medalla por su arriscada función. No conviene olvidar que era oficial y mandaba un grupo antiterrorista, lo cual podría eximirle de estas prosaicas zarandajas y de otras aviesas tropelías de mayor calibre. 
 
Hubo varios protagonistas en todo este proceso; cada cual interpretó su rol. Mención aparte merece la señorita Gloria, nuestra valedora. Se portó con nosotros exquisitamente, aunque, bien mirado, con los años comprobé que esa era su conducta estándar. Gozó de predicamento entre los cazadores vizcaínos, porque un sinnúmero la conoció. Y, ojalá que en todas las ventanillas hubiera una persona con su empatía; tan amable, servicial, acertada, práctica y comprensiva. Nada que ver con los uniformados: Ella hacía todo su trabajo por las personas; los otros, quizá todo por la patria.

Pedro, te fuiste como viviste, sin protestar por nada; excúsame que hoy revele en este escrito, aquello que ambos sufrimos y callamos. Guardo inmejorables recuerdos de ti.

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1 Commentario

  1. Mikel Zarobe
    0

    ¡NO ME HABÍA REÍDO TANTO EN MUCHO TIEMPO! Jose Manuel, algún día tengo que contarte la que me pasó en Asturias con la guardia civil haciendo pesca submarina…UN ARTICULO MÁS QUE GENIAL!

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