Cuando era pequeñita, veía
a mi padre coger sus armas e irse de casa a
cazar. Al principio yo no entendía lo
que hacía, porque apenas
conseguía entender la vida en general,
pues tenía 5 añitos y empezaba
a formar mi cabeza y mi ser. Pero mi
interés no quedaba en vano y cada
día necesitaba saber y aprender
más acerca de eso que mi padre
hacía; me gustaba sentarme a su lado
cuando limpiaba las armas y ayudarle a la vez
que me iba explicando sus distintas piezas y
mecanismos y el uso de todos ellos.
No podía aguantar más,
necesitaba ver en persona el significado y el
valor de la caza, necesitaba sentir ese aire
puro y oler ese gran aroma a monte, hasta
convencer a mi padre para que me llevase a
su lado una noche de luna llena a un bancal de
girasoles donde estaban entrando los
jabalíes a comer y el dueño de
esos cultivos necesitaba que dejasen de
hacerle daño en su cosecha.
Recuerdo aquellas enormes flores que me
ocultaban bajo la luz de la luna, eran muy
grandes y yo me perdía entre ellas sin
apenas saber donde estaba, me sentía
diminuta pero a la vez me sentía
mayor por estar acompañando a mi
«papa» en eso que a el tanto le gustaba, sin
pensar que aquello llegaría a
convertirse en mi forma de encontrar una
sonrisa a la luz de la luna y de crecer como
persona a lo largo de los años.
Yo iba en una nube, emoción era
lo que recorría mis venas en aquellos
instantes, adrenalina al escucharlos a lo lejos
caminando y quebrando ramitas, escuchaba la
respiración de mi padre, veía
en sus ojos emoción por tenerme a su
lado y yo apenas me movía, no
sabía que hacer, pero ruido estaba
claro que no se podía. Los sonidos se
fueron alejando y solo quedaba algún
grillo cantando y el palpito de dos corazones
bajo el brillo de aquella luna de Agosto que
iluminaba nuestras caras al igual que esta
afición ilumina hoy mi vida.
Al llegar la hora de recoger y poner rumbo
a casa, yo había llegado a una clara
conclusión: ¡QUERÍA SER
CAZADORA!
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Compañero, cada jornada que comparto ahora con mi padre me sirve para recordar aquellos sentimientos tan bien descritos por tí. A lo largo de la vida me he dado cuenta de que esos valores que mi padre me inculca en la caza me sirven día a día para muchas otras cosas. Orgullosa es lo que estoy de poder vivir todo eso y de poder transmitirlo a mis compañeros como tú. Gracias por tu comentario, un abrazo enorme. María 🙂
Gracias por recordar esos sentimientos tan profundos que hemos vivido los niños aquellas primeras veces que nuestro padre venia a la cama y con un susurro nos decia : vamos es la hora de levantarse, aquellas emociones de ir fijandote en todo lo que rodeaba a un dia de caza , el recoger a los otros compañeros , el viaje , el cafe , el amanecer , el cansancio de vuelta y el volver a despertarte en el coche porque te habias quedado dormidito al volver de un maravilloso dia de caza, esa aficion que nos ha forjado como personas, que es tan grande que piensas en ella todo el año aunque no la puedas practicar los doce meses.Aquellos recuerdos infantiles marcaron a las personas de hoy, y marcaran a las futuras, y bendita aficion , que año tras año nos hace vivir con ilusion el desvede, que dia tan especial era,y es .
Dar las gracias a nuestros padres que nos ayudaron a comprender que la muerte del animal no es mas que la culminacion del lance cazador, y que desde nuestro interior la rabia de no poder devolver la vida a este es inexplicable.Darles las gracias por asumir el riesgo de que un niñ@ estuviese liado entre armas , a pesar de su peligro y de que se familiarizara con ellas, dar las gracias por envenenarnos con la caza.
Tambien quiero seguir siendo niño para seguir recordando el olor del amanecer de aquellos maravillosos años, hoy en dia y que los recuerdos florezcan cada vez que me tiro al monte, eso me da energia para seguir en mi caso en pos de las perdices.
Dar las gracias a la gente que cuenta sus vivencias que son las nuestras tambien de alguna manera, y dar un abrazo de bienvenida a desveda a nuestra colaboradora.
un saludo y buena caza